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XVI Simposio Internacional de Teología: Violencias, Profetismo y Esperanza

La Cátedra de Teología Feminista de la IBERO refuerza su compromiso con la justicia y la encarnación de la teología.

Del 9 al 11 de septiembre de 2025, la IBERO fue sede del XVI Simposio Internacional de Teología, titulado "Violencias, profetismo, esperanza", un encuentro que convocó a académicas, activistas y especialistas para reflexionar sobre las múltiples violencias que atraviesan México y explorar desde la teología y las ciencias sociales caminos de resistencia y esperanza.

La Cátedra de Teología Feminista tuvo una participación destacada en todas las jornadas del evento, mostrando que la teología feminista no solo analiza, sino que acompaña, transforma y encarna. Desde la apertura, la coordinación académica de la Cátedra, representada por la Mtra. Rebeca Montemayor López, moderó el diálogo con la Lic. Clara Jusidman, quien evidenció que la violencia de género es una manifestación de relaciones asimétricas de poder que atraviesan los hogares y la sociedad mexicana. La mesa de diálogo posterior contó con la participación de la Mtra. Karen Castillo, integrante del Consejo Ejecutivo de la Cátedra, quien enfatizó la necesidad de visibilizar las estructuras patriarcales que sostienen y normalizan estas violencias.

El simposio no se limitó al debate académico; también resaltó la importancia del cuidado y la logística para generar espacios de encuentro seguros y acogedores. En este sentido, la Mtra. Mariana Gómez Álvarez Icaza, directora de la Cátedra, y Mtra. Patricia Moreno apoyaron de manera clave la organización y logística, garantizando que cada jornada se desarrollara con fluidez y hospitalidad. Este trabajo silencioso y constante reflejó la dimensión práctica y encarnada de la teología feminista, que reconoce el cuidado como un pilar de la vida académica y eclesial.

Uno de los momentos más destacados fue la ponencia de la Dra. Mireia Vidal, miembro de la comisión académica de la Cátedra, quien planteó la urgencia de comprender la teología como acto profético: una palabra que denuncia la injusticia y anuncia horizontes de vida. La Dra. Vidal subrayó que la teología no puede permanecer desconectada de la realidad, sino que debe encarnarse en los cuerpos y las comunidades de las víctimas, situando la experiencia de las mujeres y la memoria de quienes sufren violencia como punto de partida para toda acción teológica y social. La esperanza, afirmó, no es ingenuidad, sino fuerza transformadora que se construye en alianza con movimientos sociales y colectivos que buscan justicia y vida digna.

El acompañamiento reflexivo estuvo sostenido por las relatorías de la Lic. María Isabel Huerta Armenta y Dra. Ana Lilia Salazar, también integrantes de la Cátedra. María Isabel presentó las síntesis del primer y tercer día, hilando los aportes de las ponencias y resaltando que la violencia contra las mujeres es un eje central para comprender la crisis social y eclesial en México. Ana Lilia, por su parte, presentó la síntesis del segundo día, enfatizando que la teología solo tiene sentido cuando se traduce en prácticas comunitarias capaces de acompañar y transformar.

Este año, además, el simposio tuvo un carácter especial por la presencia de las fundadoras de la Cátedra, la Mtra. Maricarmen Servitje, Luicla Servitje cuya asistencia fue un recordatorio de la trayectoria de compromiso y valentía que ha caracterizado a esta comunidad académica desde sus inicios. Entre las intervenciones externas, destacó la afirmación de Dra. Ruhama Abigail Pedroza García, del Comité Central Menonita: "Hablar de paz sin hablar de violencia sexual es sostener una paz incompleta", subrayando la necesidad de que cualquier proyecto de paz incluya la justicia de género como condición indispensable.

El encuentro concluyó con un ritual ecuménico, coordinado por Mtra. Rebeca Montemayor, Ruhama Pedroza, Mtra. Mariana Gómez Álvarez Icaza y Dra. Christa Godínez, que permitió integrar los distintos discursos académicos en una experiencia de fe compartida. La liturgia unió símbolos y prácticas de diversas tradiciones cristianas, recordando que la espiritualidad común fortalece la esperanza y anima la resistencia frente a la violencia. Este momento de comunión cerró el simposio, reafirmando que la teología de la paz no solo se piensa, sino que se vive y se ora en comunidad.

La participación de la Cátedra de Teología Feminista en este XVI Simposio reafirmó que una teología encarnada, profética y esperanzadora puede transformar la vida académica, eclesial y social. Su trabajo demuestra que la esperanza es práctica, resistencia y compromiso con los cuerpos y las voces de las mujeres, un camino que sigue trazando de manera firme y consciente en la reflexión teológica contemporánea.


Pronunciamiento por el inicio del Cónclave
Cátedra de Teología Feminista

"Lo que se necesita es una deconstrucción total de una Iglesia jerárquica y la reconstrucción de una comunidad basada en la igualdad radical."
—Mary E. Hunt

Hoy, al comenzar el cónclave que dará forma a la elección de un nuevo papa, las mujeres nos encontramos nuevamente en una encrucijada histórica. En un espacio en el que nuestra voz ha sido sistemáticamente silenciada y relegada, hoy nos reafirmamos como parte fundamental de una Iglesia que, aún en sus estructuras patriarcales, ha sido sustentada, sostenida y renovada por la fuerza, la fe y la lucha de tantas mujeres. No pedimos que se nos dé voz, porque siempre hemos hablado; exigimos, más bien, que nuestras voces sean escuchadas y que nuestra lucha por una Iglesia más inclusiva, más justa y más humana se haga realidad.
Como mujeres que creemos en una Iglesia que es lugar de encuentro y liberación, no solo esperamos una reforma institucional o doctrinal superficial. Sabemos que lo que se requiere es una transformación profunda, una que nos permita finalmente reconocernos como iguales dentro del pueblo de Dios. La historia de la Iglesia, con su estructura jerárquica y patriarcal, ha borrado nuestras historias, deslegitimado nuestras teologías y negado nuestra capacidad de liderazgo, tanto en el ámbito espiritual como en el teológico. Las mujeres hemos sido objeto de una doble exclusión: por un lado, por ser mujeres, y por otro, por nuestra pertenencia a una Iglesia que, a pesar de su mensaje de salvación, ha construido una praxis excluyente y dominadora.
A lo largo de los siglos, hemos sido testigos y protagonistas de la vivencia de una fe que no ha estado exenta de sacrificios. La experiencia de las mujeres en la Iglesia ha sido una historia de resistencia, de silencios rotos, de luchas por nuestros derechos dentro de las comunidades cristianas. Hemos sido las que hemos sostenido la fe en los hogares, las que hemos educado a las generaciones más jóvenes, las que hemos cuidado a los enfermos y a los más necesitados, las que hemos servido, sin reconocimiento ni retribución, pero con una convicción profunda de que nuestra presencia es sagrada. Sin embargo, ese mismo servicio que hemos brindado ha sido utilizado para justificar nuestra subordinación. Buscamos que se nos reconozca como iguales, con la capacidad de contribuir al cuerpo de la Iglesia, no solo como madres y esposas, sino como líderes, teólogas, pastoras y creadoras de nuevas formas de vivir la fe.
La Iglesia, en sus altos niveles jerárquicos, ha sido siempre un espacio de poder cerrado para nosotras. Mientras que los hombres pueden tomar las decisiones, estructurar los discursos y definir la doctrina, a nosotras se nos ha dicho que nuestro lugar está en lo privado, en lo doméstico, en lo que no se ve ni se reconoce. Pero las mujeres sabemos, con certeza, que nuestra vivencia del Evangelio es igualmente radical. Nosotras también interpretamos, nosotras también teologizamos, nosotras también construimos y desafiamos el sentido de lo sagrado.
Desde los márgenes de la Iglesia, las mujeres hemos sido testigos de cómo la jerarquía eclesial ha privilegiado un discurso excluyente, que no solo ha marginado nuestras voces, sino que también ha reforzado sistemas de dominación y opresión. La negación de nuestro lugar en los altares, la exclusión de nuestras voces en los concilios y la invisibilización de nuestras experiencias y saberes teológicos son prácticas que no pueden continuar siendo toleradas. No queremos solo unos pocos espacios de visibilidad o una reforma que, al final, no cambie la estructura central del poder. Necesitamos una reconfiguración completa de la Iglesia, que parta del reconocimiento radical de la dignidad de cada mujer, que implique la ruptura de los sistemas de poder que han mantenido la Iglesia al servicio de un modelo patriarcal y autoritario.
Es cierto que el pontificado de Francisco ha dado algunos pasos hacia una mayor inclusión, ha hablado de la sinodalidad, ha propuesto un modelo de Iglesia más participativa y cercana a la gente. En algunos momentos, incluso ha abierto pequeños resquicios que nos permiten imaginar que la Iglesia podría ser otro lugar: uno donde las mujeres, las disidencias, los pobres, los migrantes y los oprimidos encuentren espacio para vivir su fe de manera plena. Pero, por otro lado, también debemos reconocer que este pontificado no ha logrado romper con los paradigmas fundamentales que limitan la participación real de las mujeres en los espacios de poder. Las mujeres seguimos sin poder acceder a cargos de decisión, seguimos sin ser reconocidas como teólogas de pleno derecho, seguimos siendo vistas como subordinadas dentro de la estructura eclesial.
Este cónclave, por lo tanto, no solo es un momento de esperanza o de incertidumbre en torno a la elección de un nuevo papa. Es un llamado a una reflexión profunda sobre el futuro de la Iglesia y el papel que las mujeres debemos jugar en ese futuro. En este cónclave, las mujeres de la Iglesia, desde nuestras luchas y desde nuestra fe, exigimos que el próximo papa no solo hable de la inclusión, sino que actúe en consecuencia. Exigimos que la Iglesia rompa con la herencia patriarcal que ha marcado su historia y que reconozca que el futuro de la fe no puede concebirse sin la participación plena de las mujeres.
Deseamos que el Espíritu, que nos ha guiado en todos los momentos difíciles, continúe iluminando nuestros pasos, que siga abriendo esas pequeñas grietas que se han abierto en el pontificado de Francisco y que permitan que se derrumben las barreras de exclusión. Queremos una Iglesia que sea más humana, más cercana a los pobres, más inclusiva, más respetuosa de las diferencias, una Iglesia que sea capaz de acoger y no de excluir, una Iglesia que recupere su dimensión de comunión, de amor y de justicia.
Nos unimos a las mujeres de la Iglesia que, en todo el mundo, siguen luchando por ser escuchadas, por ser reconocidas, por ser incluidas en todos los ámbitos de la vida eclesial. Nos unimos a aquellas que, día a día, desafían las estructuras de poder que nos han mantenido en los márgenes. Nos unimos a aquellas que, desde el silencio o desde la protesta, siguen trabajando por una Iglesia más justa, más inclusiva y más radicalmente amorosa.
Al inicio de este cónclave, oramos para que el Espíritu Santo, que es el verdadero guía de la Iglesia, siga iluminando el camino. Oramos para que los cardenales se dejen guiar por el clamor de las mujeres y de los pobres, y que, en su elección, no solo se piensen a sí mismos o a la institución, sino que escuchen la voz de aquellos y aquellas que han sido silenciados y excluidos. Oramos para que, a través de esta elección, se abran las puertas de una nueva Iglesia, una Iglesia que, finalmente, sea el reflejo de la dignidad, la igualdad y la libertad que Dios quiere para todos sus hijos e hijas.
Otra Iglesia es posible. Y la estamos construyendo, día a día, desde nuestras vidas, desde nuestros cuerpos, desde nuestras luchas. Que el Espíritu nos dé la fuerza para seguir adelante.

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