Amor lésbico y vida consagrada: un breve recorrido autoetnográfico.

28.06.2024

Alma Guadalupe Hernández Hernández

Yo, expuesta a la intemperie, yo,
Inscripción abierta en el dorso de una piedra. (Clarice Lispector).


Desde las ciencias sociales se han elaborado propuestas metodológicas que rescatan y validan formas subalternas de producir conocimiento. Es el caso de la escritura autoetnográfica, cuyo interés primordial es dar cuenta de lo social por medio de experiencias individuales; asimismo, se privilegia el uso de la introspección como una herramienta para estudiar la propia subjetividad. En ese orden de ideas, la autoetnografía puede significar un valioso recurso para manifestar sentipensares (Bénard, 2019; Singer, 2020).

En lo que a mí se refiere, escribir en primera persona sobre lesbiandad y vida consagrada representa: 1. denunciar la lesbomisoginia que se ejerce en el ámbito eclesial y permea en toda la vida de la iglesia pero, sobre todo, incide de forma negativa en las vidas de mujeres 2. dar testimonio de una fe vivida a través de la conciliación de dos realidades “enemistadas”.


Marimacha

Desde muy pequeña me supe diferente, aunque no lo entendía del todo. Recuerdo las luces de la fiesta patronal, los juegos mecánicos, el alboroto. Veo mis manos pequeñas sostener un juguete compacto, llamativo. Y puedo sentir con toda su fuerza expresiva la voz que reprende: no te puede gustar eso, ¿o qué, eres marimacha?


Sin saber qué significaba aquello, me causó un gran impacto el tono de la voz; las palabras habían sido articuladas con tal desprecio que me sentí asustada, avergonzada. Supe desde entonces que ser marimacha equivale a ser inadecuada, supe que yo era una persona defectuosa.



El llamado

Tenía 14 años, encontré unas revistas viejas entre las cosas de mi mamá: misioneras en la selva peruana, en Japón, en el norte de África. Eran mujeres de amplia sonrisa, me parecieron heroicas. Cuando más tarde leí a las Teresas, la de Ávila y Teresita de Lisieux, me sentí sacudida con una vehemencia inexplicable. Fue como si alguien me convocara diciendo: ven, ven, hay algo para ti. Pasó el tiempo y mi inquietud creció hasta consolidarse, tomé una decisión: me haría religiosa. Quería tener un desempeño ejemplar como formanda, pensaba que mi vocación era genuina, sólida, que Dios me ayudaría a llevarla a buen término. Mi entusiasmo era gigantesco.



Dinamitar la certeza

En poco tiempo me vi sumida en una tristeza muy honda, a tal grado que deseé morir. Mi seguridad había sido aniquilada en el instante en que fui consciente por primera vez de mi atracción por otras mujeres, ¿cómo hacer frente a una situación tan confusa?

Pensé que la incompatibilidad era franca, que había sido engañada por… ¿el diablo?, que tal vez sólo había tenido un espejismo vocacional porque Dios jamás llamaría a una mujer perversa como yo. Crecí en un Guanajuato rural, de paisajes semiáridos, fervorosamente católico, donde la rigidez en materia religiosa me fue inculcada desde que tuve uso de razón.


Solía pensar en las palabras que Teresa de Lisieux plasmó en su diario <<Dios no inspira deseos irrealizables>>. Ese era mi único consuelo, la esperanza que me mantenía en la cordura. Tras deliberar por unos meses y recibir “orientación psicológica” por parte de una asociación católica, ingresé a una congregación con la que había mantenido contacto desde el inicio de mi proceso vocacional. Sin embargo, mi ilusión se había diluido y mi autoestima estaba seriamente herida.



Se rompe el silencio

Años después de abandonar la vida religiosa, tropecé con un texto que reavivó mis inquietudes espirituales: monjas lesbianas, se rompe el silencio. Las autoras, Rosemary Curb y Nancy Manahan (1985), exmonjas, lesbianas declaradas y entregadas al activismo feminista, pusieron sobre la mesa un tema que a menudo se ignora de forma voluntaria. Además de emitir su propio testimonio, recogieron las experiencias de otras mujeres por medio de cartas, entrevistas, etc.

Nunca olvidaré cuando en mi etapa de novicia, mientras desayunaba con mis hermanas, la madre maestra nos dijo: “no nos hagamos tontas, sabemos que aquí hay muchas lesbianas, muchas hermanas nuestras que lo son. Es una realidad y tenemos que asumirla”. Después supe por ella misma que, en un congreso de formadores y formadoras de la Orden, había expuesto una idea similar que no fue bien recibida. La animadversión era lo cotidiano en la mayoría de las hermanas: “aquí no podemos recibir lesbianas porque son como manzanas podridas, echan a perder a las demás”, “esas mujeres son acosadoras, obsesivas. Hacen caer a otras y las dejan con una culpa muy grande”.

Rosemary y Nancy describen con sencillez la alegría de la consagración, la belleza del amor esponsal con Cristo, no obstante, dan cuenta de cómo se incorpora,


simultáneamente, el amor lésbico, el erotismo tan negado (o sublimado) del que habla Bataille (2020). En el imaginario popular, la religiosidad está ligada a la pureza sexual entendida como negación de los sentidos. En el lado opuesto se sitúa el desenfreno, el impulso hedonista que guía a quienes “se han alejado de la Verdad”. Esta construcción dicotómica estigmatiza a las personas, encasilla la espiritualidad y la empobrece.



La ruptura

Supe de inmediato que no había vuelta atrás, me había enamorado de otra novicia y ella me correspondía enteramente. Era un torbellino de emociones que no había experimentado antes, bello y no por eso menos tormentoso. Dadas las circunstancias, viví un permanente asedio por parte de algunas hermanas. Mi mirada era centelleante en presencia de la hermana que amaba, me delataba el cuerpo, la risa, todo cuanto fuera visible. Con todo, mi amor a Dios estaba intacto. Mi deseo de consagrarme estaba en pie. Ahora entiendo que aquello de las “amistades particulares” es una construcción eufemística para aludir a situaciones que, de manera peligrosa, se acercan a algo más que simple amistad. Después de todo este tiempo, me he dado cuenta que el mío no es un caso aislado. Sí, las lesbianas existimos. Dios nos llama igual que a las mujeres heterosexuales. Y a las bisexuales, asexuales, etc.



Conciliar

La conciliación entre fe y sexualidad es algo que definiría como una tarea interminable, un constante cuestionarse y reflexionar sobre aspectos puntuales de mi fe. He vivido la conversión y luego una especie de desconversión al desechar la lógica fundamentalista en que fui educada. Hacerme visible como lebiana que se asume creyente, sin otra pretensión que hacer valer mi derecho a existir y ser quien soy, significa para mí ser coherente.

Por ahora, como personas no heterosexuales, somos excluidas de numerosas posibilidades al interior de la Iglesia Católica. Las puertas cerradas, abiertas a medias o bajo ciertas condiciones, son signo claro de una crisis donde no hay respuesta a las necesidades propias de la actualidad y a las realidades diversas.

Cuando mencionaba antes la “orientación psicológica” que recibí en un grupo católico me refería a una situación de manipulación y violencia, misma que encaja a la perfección en los criterios de los ECOSIG, es decir, todos aquellos esfuerzos por corregir la orientación sexual y/o la identidad de género. Hoy, tales prácticas están tipificadas como un delito en las leyes mexicanas, tras décadas de lucha, resistencia y activismo. El mayor peligro que identifico al ver hacia atrás y recordar mi experiencia en el grupo es la sutileza del discurso, el intrusismo profesional y las malas prácticas, muchas de ellas de carácter iatrogénico. Por un lado, los grupos que se autonombran católicos disfrazan de caridad su accionar, hacen sentir a las personas en confianza y se presentan ante ellas como expertos en el tema que les aqueja. Por otro, utilizan un lenguaje especializado, utilizan discursos cuidadosamente elaborados y que poseen coherencia interna. En pocas palabras, se valen del desconocimiento, la confusión y el dolor de las personas que están descubriéndose a sí mismas para hacerles creer que hay intrínsecamente malo en ellas. Algo que debe ser atendido y curado. No sólo recurren a la Psicología como una herramienta, también otorgan a la espiritualidad un papel fundamental. Como resultado de una tergiversación terrible, dañina y que parte del odio y los prejuicios, las secuelas que deja la “terapia” tienen lugar en todos los aspectos de la persona. En otro artículo de reciente publicación (Hernández, 2024) pongo al descubierto los puntos sensibles de las experiencias de hombres homosexuales, ex seminaristas y ex religiosos. Asimismo, reflexiono sobre mi papel como investigadora.



Amor sororil

Hay cosas de la vida consagrada que voy a añorar siempre, una de ellas es la vida comunitaria. Antes de tener cualquier contacto con el feminismo, conocí la sororidad por medio de mis hermanas de vida religiosa. Compartir la vida en un espacio de mujeres significa una oportunidad única de contravenir y desordenar la lógica patriarcal que nos es impuesta culturalmente. La sororidad en la vida comunitaria, me parece, coincide con el continuum lesbiano del que hablaba Rich (1980), donde las mujeres priorizamos a las mujeres.



Despertar teológico

Para cerrar este breve recorrido, me gustaría añadir que he encontrado mi lugar. Luego de numerosos tropiezos y contrariedades, la providencia divina me ha conducido a los lugares, las personas y los textos que necesitaba para entender mi propósito. Después de todo he podido redescubrir y replantearme la vocación a la que, estoy convencida, sigo siendo llamada.


Referencias

Bataille, G. (2020). El erotismo. Tusquets Editores.

Bénard, S. (2019). Autoetnografía. Una metodología cualitativa. UAA, El Colegio de San Luis.

Curb, R. y Manahan, N. (1985). Monjas lesbianas: se rompe el silencio. Seix Barral.

Hernández, A. (2024). Desertores y desviados: exreligiosos católicos hacia la conciliación de la fe y la propia homosexualidad. En R. Tec-López y H. Mazariegos (Eds.), Divino DesafiArte: cruces y tensiones entre lo religioso, los feminismos y las disidencias sexogenéricas (150-190). SEMIR.

Rich, A. (1980). Compulsory heterosexuality and lesbian existence. Journal of Women in Culture and Society, 5(4), 11–48.

Singer, M. (2020). La autoetnografía como posibilidad metodológica (y ético-política) para el abordaje situado y en clave feminista de experiencias de exploración con la corporalidad. Reflexiones a partir de un caso de estudio. Revista Digital de Ciencias Sociales, 6(11), 109–134.