Cristianas en resistencia: Libres para liberar
En el marco del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es imprescindible reflexionar sobre el papel de las mujeres cristianas en la lucha por la justicia y la equidad. Para muchas personas, el cristianismo y el feminismo parecen discursos irreconciliables. Sin embargo, la teología feminista ha demostrado que la fe cristiana no solo es compatible con el feminismo, sino que lo exige. Ser cristiana implica comprometerse con la justicia, la liberación y la dignidad de todas las personas, especialmente de quienes han sido oprimidas. Como señala Elisabeth Schüssler Fiorenza (2011), "la praxis cristiana genuina no es otra cosa que la búsqueda de la justicia y la transformación del mundo en consonancia con el mensaje de Jesús" (p. 19).
Desde las primeras comunidades cristianas hasta las resistencias contemporáneas, las mujeres creyentes han sido protagonistas en la defensa de la vida y la dignidad humana. A través de la teología feminista, resignificamos la tradición cristiana como una fuente de empoderamiento y justicia.
El cristianismo tiene en su centro la figura de Jesús de Nazaret, cuya vida y enseñanzas estuvieron marcadas por un compromiso con los marginados y excluidos de su tiempo. A lo largo de los evangelios, encontramos numerosas interacciones entre Jesús y mujeres que desafían las normas patriarcales de la época. Elisabeth Moltmann-Wendel (2003) destaca que "Jesús no solo defendió a las mujeres, sino que las consideró sujetos activos en la construcción del Reino de Dios" (p. 27).
Un ejemplo claro es el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Jn 4,1-42). En este episodio, Jesús rompe barreras sociales y religiosas al dialogar con una mujer extranjera y marginada. No solo la escucha, sino que la reconoce como portadora de la verdad y transmisora del mensaje divino. Este relato revela un modelo de relaciones basadas en la equidad y el reconocimiento mutuo, en contraste con la cultura patriarcal que relegaba a las mujeres al silencio y la invisibilidad.
Asimismo, las mujeres desempeñaron un papel fundamental en el ministerio de Jesús y en las primeras comunidades cristianas. María Magdalena, reconocida como "apóstol de los apóstoles" por la tradición cristiana, fue la primera testigo de la resurrección (Jn 20,11-18). Sin embargo, con el tiempo, las estructuras eclesiásticas fueron invisibilizando su liderazgo, consolidando una teología patriarcal que excluía a las mujeres del espacio público de la fe (Torjesen, 1995).
Frente a la opresión histórica de las mujeres en la Iglesia, la teología feminista ha surgido como un movimiento de resistencia y transformación. Rosemary Radford Ruether (1993) afirma que "la teología feminista no solo critica el patriarcado en la Iglesia, sino que propone una nueva forma de vivir la fe, basada en la igualdad y la reciprocidad" (p. 65).
Uno de los pilares de la teología feminista es la hermenéutica de la sospecha, un método que cuestiona las interpretaciones bíblicas tradicionales que han justificado la subordinación de las mujeres. Como señala Ivone Gebara (2002), "la Biblia ha sido leída desde una perspectiva androcéntrica que ha distorsionado el mensaje de liberación de Jesús" (p. 47). Frente a esto, la teología feminista propone una relectura de las Escrituras que visibilice la voz de las mujeres y reivindique su papel en la historia de la salvación.
En América Latina, la teología feminista se ha desarrollado en diálogo con la teología de la liberación, resaltando la intersección entre género, clase y raza en la opresión de las mujeres. En este sentido, la teóloga María Pilar Aquino (1998) subraya que "la lucha por la justicia de género es inseparable de la lucha contra la pobreza y la exclusión social" (p. 102).
A pesar de la resistencia de sectores eclesiales conservadores, cada vez más mujeres cristianas se identifican como feministas y encuentran en su fe una fuente de inspiración para la lucha por los derechos de las mujeres. Ser cristiana y feminista no es una contradicción, sino una forma coherente de vivir el evangelio. Como señala Ada María Isasi-Díaz (2012), "el feminismo cristiano no es una adaptación del feminismo secular, sino una expresión auténtica de la opción evangélica por los pobres y excluidos" (p. 88).
Desde la defensa del derecho a una vida libre de violencia hasta la participación en movimientos de justicia social, las cristianas feministas han sido protagonistas en diversas luchas. En América Latina, organizaciones como el Colectivo de Mujeres Teólogas han trabajado en la promoción de una espiritualidad feminista que denuncie las estructuras patriarcales y proponga alternativas de liberación.
Además, el feminismo cristiano ha sido clave en la reflexión sobre los cuerpos y la sexualidad. Durante siglos, la Iglesia ha impuesto discursos de control sobre el cuerpo de las mujeres, promoviendo la culpa y la subordinación. Sin embargo, la teología feminista reivindica la corporalidad como un espacio sagrado y de resistencia. Como afirma Marcella Althaus-Reid (2005), "la sexualidad es un lugar teológico que revela las contradicciones del sistema patriarcal y nos invita a repensar la fe desde la diversidad y la libertad" (p. 134).
A lo largo de la historia, muchas mujeres cristianas han desafiado las estructuras de poder para vivir su fe en plenitud y justicia. Desde las místicas medievales como Hildegarda de Bingen y Teresa de Ávila, hasta las activistas contemporáneas como Dorothy Day y Sor Juana Inés de la Cruz, las mujeres han resistido las imposiciones patriarcales y han construido espacios de espiritualidad liberadora.
En América Latina, la figura de Monseñor Romero es un referente en la lucha por la justicia social, pero pocas veces se menciona el papel de las mujeres que lo acompañaron en su ministerio. Mujeres como María Julia Hernández, defensora de los derechos humanos en El Salvador, encontraron en su fe una motivación para denunciar la violencia y la opresión.
Asimismo, en el contexto actual, las cristianas feministas continúan resistiendo en diferentes espacios. Desde las comunidades de base hasta la academia, pasando por los movimientos sociales, las mujeres creyentes están transformando la Iglesia y la sociedad. Como señala Nancy Cardoso Pereira (2017), "las mujeres no solo resisten, sino que también crean nuevas formas de vivir la fe desde la equidad y la justicia" (p. 52).
El cristianismo y el feminismo no son caminos opuestos, sino aliados en la construcción de un mundo más justo y humano. La fe cristiana nos llama a la transformación, a la denuncia de las injusticias y a la construcción de relaciones basadas en la equidad y el amor. Ser cristiana implica asumir un compromiso con la vida y la dignidad de todas las personas, especialmente de las mujeres que han sido históricamente marginadas.
Desde la teología feminista, reconocemos que la lucha por los derechos de las mujeres es un imperativo evangélico. Como cristianas en resistencia, estamos llamadas a ser "libres para liberar", a recuperar la memoria de nuestras ancestras en la fe y a construir una espiritualidad que nos impulse a la justicia. Como decía Ada María Isasi-Díaz (2012), "la liberación no es un destino final, sino un camino que construimos día a día con nuestra fe y nuestra lucha" (p. 101).
