LA TUMBA ESTÁ VACÍA, ¡HA RESUCITADO!
María José Muñoz Encinas
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: « ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?» Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le verán como les dijo.» (Mc. 1-7)
A pesar del miedo y la tristeza que sentían madrugaron para ir a la tumba vacía de Jesús. Al llegar sintieron mayor temor y encontrar que la piedra que tapaba la entrada al sepulcro estaba vacía cuando ellas habían visto colocarla después de poner el cuerpo de Jesús.
Los textos de la tradición de la tumba vacía toman en serio el sufrimiento y la muerte, pero no los ven como poseedores de la «última palabra» o como un valor religioso-teológico en sí mismos. Puesto que Dios estuvo ausente en la ejecución del Justo, la presencia de las mujeres al pie de la cruz es un testimonio de esta ausencia. La tumba es la brutal realidad final que eclipsa a Dios y ahoga todas las posibilidades para el futuro. ¡Pero la «tumba está vacía»! (Shüssler Fiorenza, 2000)
La tumba vacía no significa una ausencia sino una presencia: anuncia la presencia del Resucitado que va delante en el camino, en un espacio particular de lucha y reconocimiento como es Galilea. El Resucitado está presente en los «insignificantes», en las luchas por sobrevivir de los empobrecidos, hambrientos, encarcelados, torturados y asesinados, en los desgraciados de la tierra. La tumba vacía proclama la presencia del Viviente en la ekklesia de mujeres reunidas en el nombre de Jesús, en los rostros de nuestras abuelas que han luchado por su supervivencia y por su dignidad. Jesús va delante; no se va: eso es lo que se les dice a las mujeres en los Evangelios, y a nosotros con ellas (Shüssler Fiorenza, 2000).
La tumba vacía nos recuerda que el amor ha sido más fuerte, se hace eterno, definitivo. Nuestros cuerpos se vuelven a enderezar, la mirada brilla percibiendo este amanecer que no se acaba, la sonrisa se dibuja en nuestra cara, porque nuestras heridas han sido traspasadas por una luz nueva. Somos mujeres del alba, mujeres del Resucitado.
Para hacer visible este misterio, la elección vuelve a ser la misma. Aquello que ha sido desestimado por la sociedad es quien tiene la misión para proclamar tan Buena Nueva. Las mujeres, siempre buscadoras, en camino, son las elegidas para este encuentro y las enviadas para anunciarlo a toda la iglesia.
Es llamativo que en la comunidad esa experiencia no logra tener la fuerza reveladora de la resurrección, basta recordar la incredulidad con la que se expresa Cleofás al hablar al peregrino que se les aparece en el camino. "Algunas mujeres nos han sobresaltado, comunicando el mensaje de los ángeles. Algunos fueron, pero a él no lo vieron".
En este día es imposible no percibir en nuestra propia vida el proceso que vive María Magdalena. La luz no nos ilumina inmediatamente. Al comienzo nos seguimos moviendo en oscuridad. El amor, la urgencia, la justicia, el dolor, nos mueven a buscar aunque sea el cuerpo del Señor.
Referencias
Schüssler Fiorenza, E. (2000), Cristología feminista crítica. Jesús, Hijo de Miriam, Profeta de la Sabiduría. Ed. Editorial Trotta, pp. 179-181.