Miércoles de Ceniza: Polvo de la Memoria, Signo de la Dignidad de las Mujeres
El Miércoles de Ceniza inaugura el tiempo de Cuaresma, un periodo de reflexión que invita a la conversión y al compromiso con la vida plena. La imposición de la ceniza sobre la frente, acompañada de la frase “Polvo eres y en polvo te convertirás” (Gn 3,19), ha sido interpretada a lo largo de la historia como un recordatorio de la fragilidad humana. Desde una mirada teológica feminista y latinoamericana, este símbolo puede ser resignificado como una expresión profética que reivindica la dignidad de las mujeres, especialmente aquellas que enfrentan la violencia, la pobreza y la exclusión en nuestros territorios.
América Latina es una región marcada por profundas desigualdades que afectan de manera particular a las mujeres. La pobreza tiene rostro de mujer, así como la violencia estructural que se manifiesta en los feminicidios, la trata de personas, la violencia doméstica y la precarización del trabajo femenino (Lagarde, 2015). En este contexto, el signo de la ceniza se convierte en un símbolo que no solo recuerda la vulnerabilidad humana, sino también las vidas arrebatadas y silenciadas por sistemas de opresión patriarcal. La ceniza es memoria viva de las mujeres que han sido asesinadas, desaparecidas o empobrecidas. Nombrar esta realidad desde la liturgia es una forma de afirmar que Dios escucha el clamor de las mujeres y llama a la comunidad cristiana a la justicia.
La tradición cristiana ha interpretado la Cuaresma como un camino de conversión, pero esta conversión no puede reducirse a una experiencia individualista. La teología feminista propone una conversión comunitaria que cuestione las estructuras que perpetúan la violencia y la desigualdad. Ivone Gebara (1997) afirma que “la conversión no solo es personal, sino una transformación de las relaciones sociales que permita construir comunidades más justas y solidarias” (p. 85). Esta conversión nos invita a reconocer el dolor de las mujeres como una herida colectiva y a comprometernos con la creación de nuevas relaciones basadas en la justicia y el cuidado mutuo.
En este sentido, la ceniza no solo recuerda la fragilidad, sino también la resistencia de las mujeres que, a pesar de las múltiples violencias, siguen sosteniendo la vida. En las madres que buscan a sus hijas desaparecidas, en las trabajadoras que defienden sus derechos, en las defensoras de los territorios y en las comunidades que tejen redes de sororidad, la ceniza se convierte en polvo sagrado, testimonio de la vida que resiste y se organiza.
Resignificar el Miércoles de Ceniza desde la teología feminista implica afirmar que Dios camina con las mujeres en su lucha por la justicia. Es proclamar que el polvo sobre la frente no es solo signo de muerte, sino también de memoria y esperanza. Como sostiene Marcela Althaus-Reid (2000), “la teología feminista en América Latina es una teología de los cuerpos sufrientes que busca restaurar la dignidad de los descartados” (p. 112).
Este tiempo litúrgico nos llama a preguntarnos qué sistemas de muerte estamos dispuestas a dejar atrás y qué caminos de vida queremos construir. La ceniza sobre nuestros cuerpos nos invita a reconocer nuestra interdependencia, a sanar las heridas comunitarias y a comprometernos con la construcción de un mundo donde la vida de las mujeres sea sagrada e inviolable.
Que este polvo sobre la frente sea signo de memoria, denuncia y esperanza, una afirmación de que las mujeres, especialmente las más empobrecidas y violentadas, son portadoras de la vida nueva que Dios sueña para toda la creación.
Gebara, I. (1997). Teología ecofeminista: Ensayo para repensar el conocimiento y la religión. Trotta.
Lagarde, M. (2015). Los cautiverios de las mujeres: Madresposas, monjas, putas, presas y locas. Siglo XXI Editores.
