Quisiera dar voces

28.06.2023
Miguel Angel Aguilar Arreola (teremike).
La posmodernidad ha dado paso a la visibilidad de la historia oral y las micro historias como un elemento importante dentro del estudio de las ciencias sociales, esto ha impactado a la teología, donde cada vez se invita a escuchar diferentes voces y experiencias de fe, comprendiendo que la Iglesia es un cúmulo de diversidades que la enriquecen.
Una de estas voces, son las de las personas que pertenecemos a la diversidad sexual que al mismo tiempo nos identificamos como creyentes, quienes vivimos un doble, por una parte, la Iglesia que condena su sexualidad, y por otra, los movimientos de la diversidad donde son rechazados por su fe.
Personas que van más allá de esas comunidades, auspiciada por muchos jerarcas, que excusados en catecismos y normas han castrado, simbólicamente y algunas veces literalmente por medio de las llamadas terapias de conversión, a personas de la diversidad sexual, con el fin de que vivan fuera del “pecado”, como si el vivir como un buen cristiano fuera igual a vivir asexuado, sin deseos. Sin embargo, esta aversión no es únicamente en contra la diversidad sexual, pareciera que está en contra de todo placer. No podemos negar que, en nuestra Iglesia, existe toda una estructura de control que promueve falsas espiritualidades basadas en la culpa, una ascesis entendida como odio al cuerpo, el miedo, la tristeza. Una espiritualidad donde nos volvemos en policía de la moral, siempre pendiente de las fallas propias y ajenas, lo cual “encoge el ánima y el ánimo, perdiéndose muchos bienes”.
Desde la premisa feminista de que lo personal es lo político, me atrevo a escribir este texto desde un ámbito íntimo o experiencial. En fin, escribo un discurso tal vez apologético, partiendo de una experiencia personal, marcada por la lectura de Santa Teresa de Jesús, pero también por un llamado a la justicia y la construcción del Reino. Intentaremos hacer una reflexión partiendo desde la Teología indecente, que es aquella que, según su máxima representante Althaus – Reid, pretende “que los teólogos tengan el valor de abandonar sus armarios homosexuales, lésbicos, bisexuales, transexuales, trasvestistas o (idealmente) heterosexuales” y de esa manera encontrar “un Dios que se asume pobre y excluido. Un Dios extraño, torcido, Queer. Un Dios fuera del armario de las ideologías sexuales y políticas, fluido e inestable como nosotros, a cuya imagen y semejanza fuimos hechos […] y que finalmente hace de nosotros, más que discípulos, amantes de Dios.” Una teología hecha desde lo personal que “no es una teología para pedir igualdad […] sino para reconocer diferencias, y para que la diferencia y la divergencia sean parte integral de nuestra praxis teológica. […] es abrir espacios alternativos de reflexión”.
Experiencia de Contradicción.
Existe una tensión histórica entre la religión y la realidad, cierto es, que en el siglo XIX, en especial bajo el pontificado de Pio IX, la institución católica se opuso a la modernidad, si bien Juan XXIII, con el concilio Vaticano II, trató de dialogar con su mundo, desde el pontificado de Juan Pablo II hemos visto un estancamiento, por no decir retroceso que ciertos sectores privilegiados impulsan violentamente desde la añoranza idealizada de un pasado al que muchos no les tocó vivir, con una serie de planteamientos morales, litúrgicos y políticos que se convierten en bandera para hacer generalizaciones sin fundamento y acrecentar el odio hacia ciertos grupos sociales, no solo contra la diversidad sexual, también contra migrantes, indígenas, personas racializadas, pobres o mujeres.
Frente a este panorama, donde la religión sirve como un arma que hiere, divide familias y segrega, es lógico que otros sectores se acerquen con suspicacia a la religión y la vean como una enemiga a vencer, como opio que sirve para manipular a las masas, callar sus exigencias contra los grupos poderosos, o una falsa esperanza que mantiene el status quo.
Sin embargo, no podemos negar que el Evangelio ha sido fuente de liberación para muchas personas, tan solo en nuestro continente, encontramos ejemplos de empoderamiento, educación y revolución por medio del Evangelio.
El Evangelio resulta muy radical para personas que han sabido diferenciar entre las estructuras de poder (estructuras heteropatriarcales, que no solo se encuentran en la institución eclesiástica, también en los contextos en que las Escrituras son redactadas) y el mensaje liberador de Cristo, el Evangelio. Personas que han aceptado que estas estructuras tradicionales o jerárquicas son violentas y que se conceptualizan tras ciertas teologías, que tienen como función perpetuar sistemas discriminatorios e injustos. Este concienciarse o, dicho de otra forma, este dejarse que la Trinidad, morando en cada uno de nosotros, les hablara, trastornara y obligará a salir de sí, de las estructuras, de las leyes, les obliga a reconocer que existe una contradicción entre lo que es el centro de sus vidas (el Evangelio y su experiencia espiritual personal) y lo que entienden como fardos pesados, impuestos desde otros intereses que no son los de Cristo.
Para ello, se debe reflexionar seriamente, y tras una profunda investigación, concluir que, si bien la Biblia fue redactada bajo inspiración de Dios -bondad y verdad absolutas- , las mentes y corazones humanos –limitados en bondad y comprensión- de quienes tradujeron esa experiencia estaban sujetados a un contexto y cargaron al texto con su propia subjetividad, es por ello que se pueden encontrar en la Biblia pasajes que discriminan, entre otros, a mujeres, homosexuales o enfermos.
Sabiendo esto, retomo esas palabras que Santa Teresa de Jesús sintió dentro de su corazón cuando el Nuncio y otros tantos prelados, bajo justificación bíblica, la perseguían por orar y enseñar a otras mujeres a hacerlo: “Diles que no se sigan por una sola parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos”.
Esta experiencia de contradicción, como la llama la doctora Teresa Forcades, puede sucederle a una persona homosexual que, como yo, considera correcto y querido por Dios el ejercicio de su sexualidad en determinadas circunstancias, pero que la interpretación teológica de la jerarquia institucional, en cambio, considera este ejercicio perverso y contrario a la voluntad de Dios.
Esto da paso a otro momento clave: la Toma de posición personal, donde se pueden aceptar las interpretaciones teológicas sin cuestionar y llevarme a situaciones extremas de violencia conmigo y otros semejantes o, como es mi caso, llegar a la conclusión de que lo que se tiene que cambiar no es esta percepción personal (que no es exclusivamente mía, también está en los corazones de muchas personas que han sabido leer las Escrituras desde los ojos misericordiosos de Dios), sino afanarse para cambiar algunos aspectos de la interpretación teológica de la Iglesia que se traducen en condenas y exclusión. Preguntarnos: “¿Cómo podemos usar las historias de nuestros amores para releer las Escrituras, repensar cómo nos organizamos como Iglesia y reflexionar temas como la Gracia, Cristología, Trinidad y la redención desde las experiencias de amor que la Iglesia y la teología han suprimido y silenciado por siglos?” , y desde aquí iniciar un camino de lucha y reivindicación, fruto de una experiencia interior, experiencia de aceptación, autoconocimiento, de meditar la Palabra, de profunda oración, pues en palabras de Santa Teresa de Jesús: “Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras”.
Profetismo.
“Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos profetas: qué de santos tenemos…”
El profeta, según la tradición bíblica, es una persona que denuncia las irregularidades del culto y de las relaciones entre los miembros del Pueblo Elegido (sobre todo con los más necesitados), uno de los más grandes profetas fue Elías. Su ejemplo de desterrar la idolatría, nos interpela y hace preguntarnos: ¿cuáles son los ídolos modernos, aquello que necesita ser extirpado de nuestros corazones, de nuestras comunidades?. Las palabras de Joseph Otón pueden ayudarnos a distinguir estos falsos dioses: “En ocasiones se otorga tal relevancia a la teología, a la liturgia, a la moral o a la institución que las concreciones culturales acaban reemplazando la auténtica experiencia de lo sagrado. Las formulaciones religiosas se absolutizan y se atribuyen características sobrenaturales a aspectos puramente coyunturales. Esta distorsión es, de hecho, un acto de idolatría ". Ídolos sutiles pero que nos exigen la vida de nuestros hermanos.
Ser profeta es sentir el llamado de Moisés ante la zarza ardiente: “El Señor continuó diciendo: — […] El lamento de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Ve, pues; yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas”. Ser profeta es sentir que Dios nos llama a liberar a todos los oprimidos, a esos a quienes la tradición de Israel concreta en las personas del inmigrante, el huérfano y la viuda y a los que hoy se le han sumado, otros rostros concretos como los que integran la diversidad sexual; los indígenas; las personas que viven con VIH; los refugiados; los maestros y estudiantes disidentes; etc.
No olvidemos que Jesús fungió como profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor”. María, la madre de Cristo, también fue profeta, denunció lo podrido del sistema mediante el anuncio de un nuevo orden: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos” y nosotros como cristianos tenemos la obligación de imitarles, de ser profetas, de ser el estorbo de quienes no hacen posible la instauración del Reino. En medio de una sociedad injusta donde se está silenciando el sufrimiento de los que viven en los márgenes y se les quitan sus derechos, nosotros, los que nos decimos creyentes, tenemos la obligación profética de atrevernos a leer, vivir y denunciar la realidad desde la compasión de Dios. Ese amor inclusivo y liberador de Dios se debe mostrar con nuestras palabras y obras de amor , pues “la pertenencia o exclusión del Reino anunciado por Jesús, se decide en la actitud del hombre ante los pobres y oprimidos (…) despreciados y marginados”.
Existen múltiples formas de ejercer este profetismo, que además hemos adquirido en el bautismo, son muchos los caminos y vocaciones para construir el Reino , hemos de descubrir la nuestra, descubrir desde qué realidad Cristo nos elige para dar la Buena Nueva, como esa mañana de domingo en la que Jesús elige a María Magdalena, a Juana, a María la de Santiago y demás mujeres (de las cuales no nos dice su nombre el Evangelio) para dar el mensaje más importante del cristianismo: la Resurrección. La importancia de este acontecimiento, y por lo cual lo traigo a colación, es que Cristo le da la palabra a Ellas, en un momento y una sociedad en la que la palabra de mujer es infravalorada, y aún hoy en día, esta es la radicalidad de la Buena Nueva, que al darle la palabra a las mujeres se la da a todos los marginados de su sociedad y de las que vendrían. Jesús inaugura con su Resurrección el ministerio para todxs a los que nadie quiere mirar, a todos se nos invita a proclamar el misterio, a ser sus testigos, con: ”una grande y muy determinada determinación […] venga lo que viniere, suceda lo que sucediera, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure”.
Dar voces
En el siglo XII un grupo de ermitaños, siguiendo el ejemplo del profeta Elías, se establecieron en el Monte Carmelo, palestina, y tras encomendar su nueva vida a María, surgió una comunidad, génesis de una de las espiritualidades que más influencia a tenido en la historia del cristianismo: la carmelita, cuyos puntos más importantes son: vivir en obsequio de Jesús, meditar día y noche la ley del Señor, servir a Dios con corazón puro y buena conciencia, la contemplación y la fraternidad.
Dentro de todos los profetas que ha tenido la tradición carmelita, a lo largo de su historia, se destaca una: Teresa de Jesús, quien fuera escritora, reformadora eclesial y protofeminista. A ella le tocó vivir, en el siglo XVI, una época de prohibiciones espirituales, magisteriales y políticas para las mujeres, en este contexto Teresa alza la voz: “Querría dar voces para dar a entender qué engañados están”, afirmando el lugar teológico de los grupos vulnerables y reflexiona sobre estas experiencias de vulnerabilidad, por ello le llueven persecuciones, pero sigue su camino, convirtiéndose en un testimonio que fortalece y alienta en la lucha para conseguir estructuras más justas basadas en la equidad, proponiendo un cambio de mentalidad e igualdad de condiciones.
Una de mis sentencias teresianas favoritas es: “Querría dar voces y disputar con ser la que soy”, para mi, es una fuerte declaración, que desde la impotencia de una mujer en esa difícil Castilla del S. XVI, hace eco en mi experiencia de ser silenciado por pertenecer a la diversidad sexual en un México del S. XXI, donde vemos, a pesar de los grandes esfuerzos y avances, lo peligroso que es vivir en una sociedad donde aún nuestras vidas siguen en peligro, por ser los que somos.
Este dar voces es compartir penas y alegrías, es cantar las misericordias del señor, “¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!”, proclamar a “Aquel que sabemos nos ama” , desde nuestro “andar en verdad”, pero siempre en comunidad, una comunidad que responde a un llamado a la unidad, donde: “Todos somos uno en Cristo. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, esto ha sido nuestro motor por cerca de 10 años en el Colectivo Teresa de Cepeda y Ahumada, que siguiendo el ejemplo de la mística abulense nos preciamos de ser hijxs de la Iglesia y trabajamos para que en esta Asamblea Universal todas las voces, en especial de los que han sido históricamente relegados y silenciados, sean escuchadas y valoradas.
Por último, vale la pena recordar, en medio de tanta confusión y discursos de odio, la esencia del cristianismo, el que Dios, en la persona de Cristo “ Es muy buen amigo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía”. En otras palabras, el misterio de la Encarnación del Verbo consiste en “Reconocer que en Jesús ya tenemos un Dios que sale fuera del armario – ¿qué armario? – El armario que no le permitía caminar como Dios entre los seres humanos, de sufrir la fragilidad humana, la duda, el hambre y el deseo, la amistad y el cariño, el miedo y la muerte. Un Dios promiscuo cuyo amor circula sin límites y sin leyes que lo contengan. Un Dios que sale de su centralidad divina para unirse con los marginalizados.”
Aprovecho este pequeño espacio para invitar a las personas disidentes sexo genéricas, a sus amigos, a sus familiares y sus aliados a no tener miedo, a alzar la voz, a informarse sobre sus derechos. Les invito a hacer de sí mismos un territorio teológico pues “Necesitamos escuchar historias. Historias de lucha y solidaridad pero también historias sexuales. La Iglesia nunca ha escuchado historias sexuales de la gente y por eso la teología sabe tan poco de amor”.
Siglas de las obras de Santa Teresa.
CC= Cuentas de conciencia
CE= Camino de Perfección, autógrafo de El Escorial.
CV= Camino de Perfección, autógrafo de Valladolid.
F= Fundaciones.
M= Moradas (1M, 2M, 3M … = primeras moradas, segundas moradas, etc.)
V= Vida